Yo creo que, originariamente, el cerebro de una persona
es como un pequeño ático vacío en el que hay que meter el mobiliario que uno
prefiera.
Las gentes necias amontonan en ese ático toda la madera que
encuentran a mano, y así resulta que no queda espacio en él para los
conocimientos que podrían serles útiles, o, en el mejor de los casos, esos
conocimientos se encuentran tan revueltos con otra montonera de cosas, que
les resulta difícil dar con ellos.
Pues bien: el artesano hábil tiene muchísimo
cuidado con lo que mete en el ático del cerebro.
Sólo admite en el mismo las
herramientas que pueden ayudarle a realizar su labor; pero de éstas sí que tiene
un gran surtido y lo guarda en el orden más perfecto.
Es un error el creer que
la pequeña habitación tiene paredes elásticas y que puede ensancharse
indefinidamente.
Créame llega un momento en que cada conocimiento nuevo
que se agrega supone el olvido de algo que ya se conocía.
Por consiguiente, es
de la mayor importancia no dejar que los datos inútiles desplacen a los útiles.
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